Jaisalmer es increíble, en honor a su estética, “la ciudad dorada” te encandila con su belleza. Nuestro paso por Jaisalmer fue maravilloso, pero como siempre digo, gran parte de la experiencia son las personas con las que compartes el viaje.
Desde que llegamos a India, su gente fue encantadora. Curiosa, simpática y amable por naturaleza, siempre con una sonrisa y dispuesta a ayudarte en todo lo que necesites.
Jaisalmer es una ciudad chica, con un gran fuerte repleto de tiendas de ropa y recuerdos y con 7 templos que no puedes dejar de visitar. Cada detalle en sus paredes, techos, y cada uno de sus recovecos no pasan desapercibidos. Jaisalmer, es una ciudad para sentarse a observar.
Desde ahí puedes ir al desierto, arrancas a las 14 hs. y regresas al día siguiente a las 11 hs. El desierto es toda una aventura, llegas en un Jeep y luego haces un trayecto en camello, en el medio de la nada te preparan una cena tradicional, la que comes con las manos y dormís mirando las estrellas.
Aquella noche las estrellas me regalaron un hermoso aprendizaje, pese al frío, deseaba contemplar el cielo con esa misma presencia todos los días, en el medio de la nada, lo tenía todo.
Las conversaciones en India resultan curiosas, con el fuego de por medio y en la profundidad del desierto, conversamos muchísimos temas sin nosotras saber demasiado bien inglés y ellos sin entender el español. Vuelvo a repetir, su gente es maravillosa, su esfuerzo por entenderte y pregúntate sin perder la calma, sin cansarse de que les hagas repetir más de dos veces las mismas cosas, su entusiasmo por contarnos lo que hacen que ya quiera volver.
Disfrutar de las pequeñas cosas, observar la vida con una óptica completamente diferente, conocer personas maravillosas, con las que me pasaría horas hablando aun sin extendernos demasiado, son algunos de los regalos que me dejó India.