“sanar no es un proceso general y lineal sino particular y entreverado”.
Mi camino personal estuvo sesgado por la desconexión y una mente sobreabundante frente a un Ser que se hacía cada vez más pequeño, y con él se desdibujaba ese hilo tibio que llevaba al encuentro de un pulso que latía a un ritmo sosegado en la profundidad de mi alma.
Mi cuerpo físico era un tren descarrilado que se sentía cada vez con menos fuerza. Opacado por miedos, negatividad, cansancio, falta de autoestima, culpa, mandatos familiares, falta de propósito de vida, etc, circulaban junto al cortisol por las vías tendidas a través del torrente sanguíneo, fluctuantes, erráticas y defectuosas.
Las desavenencias a las que se enfrentaba mi cuerpo físico, mental y emocional partían de la carencia o fuga de energía vital como consecuencia de los hábitos que había adquirido a lo largo de mi vida.
La energía vital fluía como la luz de una casa vieja, sus idas y vueltas revelaban una situación completamente inestable. Una energía ineficiente para inyectarse de forma positiva en el cuerpo, los pensamientos y emociones para revertir la marcha en una dirección contraria.
Por aquellas tardes, las persianas bajaban con regularidad para acallar tanto dolor físico y pensamientos errantes, y los límites de la depresión se sobrepasaban con cada luz que se apagaba.
En esta realidad de contenido poético hiperreal, analizar cada uno de los sucesos es un viaje que trae consigo un recorrido por las entrañas de mi tiempo.
Mi transformación se asentó en los detalles, los detalles en mis días, los días en la experiencia y el resultado de la experiencia en esta líneas que hacen eco de una historia dolorosa que hoy describo con palabras amorosas para que su literalidad no me duela tanto.
Por aquel entonces carecía de guía, no había siquiera una porción de amor propio en la heladera que pudiera indicarme el recorrido. Me atreví a descubrirme como un chef autodidacta y convertí a la cocina en un espacio de laboratorio para alquimizar los pensamientos y las emociones.
Frente a tal panorama, el entramado de vivencias personales me llevaron a concluir respecto de la relevancia de laborar nuestro cuerpo físico como la antesala de un cuerpo mental y emocional sano.
En este sentido, no puedo dejar de memorar las subjetividades que subyacen de tal construcción teórica, mediante las cuales no pretendo levantar cimientos que sean categorizados como verdades absolutas en las inmensidades de cada ser, con el fiel convencimiento de que sanar no es un proceso general y lineal sino particular y entreverado.
En esta línea de ideas, un camino paralelo al que pretendo desarrollar en las siguientes líneas, podría igualmente resultar satisfactorio en la búsqueda con destino al autoconocimiento si tenemos en cuenta que todos estamos atravesados por una realidad física y psicosocial diferente.
No obstante lo expuesto, mi experiencia personal me ha demostrado que profundizar en el bienestar del cuerpo físico sobre las bases de una alimentación consciente, el entrenamiento físico y el descanso, entre otros, es un camino en dirección a las profundidades de nuestro Ser que habilita una nueva instancia de expansión de la conciencia, en conexión con el verdadero propósito de nuestra alma y con el todo universal del cual formamos parte.
Continuando con la presente idea, si bien me concentraré en lo sucesivo en la alimentación consciente y como el amor que desarrollé por la cocina transformó mi vida, toda vez que el estudio del resto de las aspectos que componen el abordaje del área física -entrenamiento físico y descanso- exceden el objeto del presente, no puede soslayarse que el desarrollo de todos ellos constituyen puentes sólidos que permiten enlazar la citada área con el área mental y emocional para funcionarse de manera mancomunada en la construcción de una salud plena.
El arte de preparar mis propios alimentos y permanecer presente durante su preparación se transformó en una meditacitación activa que silenciaba el alborto de una mente inquieta y ponía en juego todos los sentidos.
En ese momento pude detectar que los cimientos de un cuerpo que por sobre todas las cosas dolía, estaba construido sobre la base de un ruido mental que me hacía vivir en una situación expectante frente a los “peligros” que significaba “estar vida”.
Esa situación de amenaza se veía incrementada frente a una vida sin una pasión que alimentara el alma y mi expectativa solo contemplaba la fugaz esperanza de que el día siguiente doliera un poco menos.
El alimento, como fuente de energía cósmica me hizo recategorizar todos los conceptos que hacen al acto de alimentarnos para construir mi cocina en una verdadera farmacia doméstica y el comedor en un lugar de rito y encuentro conmigo misma y todos los escombros que alimentaban ese dolor y sentimientos de desolación, abrieron pasos para que en ese espacio floreciera una flor.
Permanecer presente al momento de cocinar y alimentar mi vida de hábitos conscientes que se erigieron en la cotidianidad de mis días y en lo profundo de mi corazón, constituyeron un telar que sirvió para tejer nuevos pensamientos y emociones de manera positiva.
Cada chasquido entre ollas fue una palmada seca que sacudió mis ideas y dibujé en cada plato un arcoiris con colores y aromas de la naturaleza. Llené mis venas de incienso y en ese despertar sensorial pude volver a conectar con el aroma de la esperanza.
Fui construyendo mi bienestar en cada decisión y poniendo cuidadosamente atención respecto de aquello con lo que quería alimentarme y en ese camino fueron quedando las huellas del aprendizaje en cada gesto, en cada borra de café, en el estropajo que utilicé para limpiar mis lágrimas, en la templanza de lavar un plato…
De forma progresiva fui sintiéndome mejor, estableciendo nuevos lazos caracterizados por la escucha activa de mi cuerpo en una relación romántica con el alimento.
Y con el tiempo, las persianas volvieron nuevamente a levantarse para dejar entrar la luz y que me pegue el solcito tibio en la cara, la cocina comenzó a sentirse como un nido y el mundo un poco menos hostil…