Y entonces te das cuenta que la vida es distinta, que luce otra sonrisa.
Te das cuenta que no es el destino sino el camino que se abre a cada paso.
Caminar descalzo sin pisar ninguna flor, mirando el sol como un presagio y sentir su calor que se convierte en ese abrazo cotidiano.
Te das cuenta que aunque asomarse al futuro es inevitable, viajar en el presente te inyecta de calma, te quita las ansias y entonces detienes la marcha y te entregas a fluir como el curso del agua.
Te das cuenta que aunque no puedes cambiar el pasado puedes comenzar una nueva historia con olor a tierra fértil, a ganas, a esperanza.
Te das cuenta, que cada tropiezo resulta un aprendizaje y entonces pierdes el miedo a equivocarte.
Te das cuenta que el temor puede servir como motor y no como un ancla y entonces lo tomas de la mano y lo invitas a acompañarte en el viaje.
Te das cuenta que ya no merece la pena derrochar energía en personas y en lugares que no te encienden y entonces te apartas de aquellos sitios oscuros donde nada florece, donde todo se apaga.
Te das cuenta que el miedo a amar no construye ningún templo y entonces abrís el alma y tu corazón confiando que quien entre lo hará sin romper nada. Dejar entrar para contemplar la caricia de aquellas personas que son guía, las miradas cómplices, las muecas de alegría.
Te das cuenta que nadie puede construirte tu jardín y entonces comienzas a regalarte flores para vivir en una eterna primavera.
Desvelada en el tren camino a Amristar. 9/12/22, 4.30 am